LA IDEOLOGÍA PEQUEÑO-BURGUESA PRO-IMPERIALISTA
Como en toda sociedad, el Perú posee en su estructura
social sectores que se ubican en la mitad de la pirámide clasista. La
sociología norteamericana y burguesa en general denomina a ese segmento como
“clase media” o fracciones mesoclasistas que, a decir de ellos, es la clase que
quedará como única en el futuro, porque a ella se reducirán por un lado la
clase “alta” cuando ésta cobre conciencia de que atesora egoístamente
exorbitante riqueza que debería compartirla con otras franjas, y la clase
“baja” porque una vez que se instruya ésta, alcanzará mejores niveles de vida
material e intelectual.
El materialismo histórico conceptúa, en cambio que,
conforme se agudizan las contradicciones, la pequeña burguesía quedará diluida
en algunos de los dos polos extremos de la organización social. O se
proletariza por no tener poder adquisitivo para subsistir y entonces no le toca
sino compartir con los obreros en la lucha de clases, enfrentándose al poder
dominante porque lo ha pauperizado (empobrecido). O en su defecto, obtiene
alguna ventaja trabajando con denuedo y tesón para encontrar un sitio en la esfera
burguesa o espera algún “milagro”, el azar o la casualidad, para situarse en el
escalón del sector dominante. Lo más común es que se empobrezca. Tal es lo que
ocurrió, por ejemplo, con MANUEL GONZÁLES PRADA, que habiendo pertenecido sus
padres a una aristocracia católica y ultraconservadora, terminó relegado por
otros congéneres que con mentalidad pragmática se valieron de los oscuros
negocios del guano, de la refinanciación de la deuda pública o de su
entendimiento con el imperialismo, para insertarse dentro de la oligarquía
peruana. Precisamente esta situación lo indigna y según Basadre lo saca de sus
casillas y lo hace estallar hasta lanzar imprecaciones contra los defensores
del statu quo.
Es verdad que Prada como mediano rentista de su
hacienda “Tutumo” y de sus solares limeños tiene ingresos superiores a sus
gastos de manutención y sufraga sus necesidades con su propio estipendio, pero
esta clase de intelectuales, según explica Mao Tsetung, en tiempos de guerra se
unen a las acciones. Y esto es lo que hace Prada en pleno conflicto bélico. Por
ello le mortificará la conducta del presidente Mariano Ignacio Prado; pero las
energías de Gonzáles Prada que muy bien podrían haber sido correctamente
canalizadas a través de una paciente organización partidaria, aprovechando la
correlación de fuerzas existente en ese entonces, no las emplea.
Gonzáles Prada está desesperado porque la revolución se
haga inmediatamente y a nivel universal. No cree en los pasos trazados por la
ideología proletaria. Más lo convencen Bakunin, Kropotkin, Réclus y Faure, y
entonces su lucha no la dirige sólo contra las clases que están instaladas en
el poder (terratenientes, burguesía incipiente y testaferros del imperialismo),
sino contra todas las clases y sectores sociales, contra todas las autoridades
e instituciones, para finalmente terminar sin partido, sin organización y sin
éxito.
Por acusar y poner en el banquillo a todo el mundo,
termina sin afectar los intereses del capitalismo monopólico que continuará
esquilmando en los enclaves . Y tal es lo que acontece también con Haya de la
Torre que, siendo de abolengo aristocrático (según su biógrafo Eugenio Chang
Rodríguez), al llegar a Lima ya no puede competir en San Marcos con los
Aspíllaga, Miró Quesada, los Prado y los Pardo. Empezará así a combatirlos
primero desde la trinchera de la Federación de Estudiantes del Perú y después
desde su propio partido. Imbuido de literatura anarquista y marxista, su
comportamiento sin embargo varía de matiz; utiliza un lenguaje pugnaz en sus intervenciones
como estudiante y político; pero, en su afán de trepar a posiciones más
expectantes, por su condición económica cercana a la mediana burguesía,
capituló dando crédito a la propaganda de ésta y en su intimidad empezó a
desconfiar de la revolución que su séquito esperaba. Por ello, Haya finaliza
desairando a Barreto en Trujillo, a los marineros en el Callao, a Jiménez en
Ancash; por esta misma razón, cuando De la Puente, Malpica, Valle Riestra y De
las Casas le increpan por la dilación (tardanza) de las acciones
revolucionarias, se incomoda y concluye decretando la expulsión.
La conducta pequeño-burguesa es como sabemos,
fluctuante, versátil y oportunista, y la inconveniencia más clara en el
panorama de la lucha de clases reside en que, cuando dicha clase está conducida
por líderes que están más cerca de la burguesía, rematan hipotecando su
programa a favor de la clase fundamental que tiene el control de los medios de
producción, esto es, si bien al comienzo pueden proclamar banderas antiimperialistas,
al final acaban sometiéndose a los designios del capitalismo monopólico. He ahí
su carácter pro-imperialista.
De los pequeño-burgueses que ocupan el escaño
parlamentario o de los que ofician de funcionarios, así como de los juristas y
asesores tampoco puede esperarse acciones que favorezcan a las clases
desposeídas. Esto es lo que sucedió con Hildebrando Castro Pozo y Luciano
Castillo, que llegaron a fundar en Piura un Partido Socialista desorientando al
campesinado y proletariado, o el caso de Uriel García, José Antonio Encinas y
Luis E. Valcárcel, que siendo indigenistas y sensibles frente a la opresión del
campesinado peruano, por conservar su situación de clase no arriesgaron a nada.
Es cierto que no se pronunciaron en contra de la revolución bolchevique, pero
también es cierto que su contribución a la forja del proletariado no estuvo
dentro de sus objetivos. El suceso más aleccionador es el de Valcárcel, quién
después de haber anunciado poéticamente en Tempestad en los Andes la presencia
de un Lenin peruano, a partir de 1945 y coincidentemente cuando ejercía la
función de Ministro de Educación, modificará sus puntos de vista ante la
agresión yanqui y finalizará facilitando la entronización de éste en los
asuntos culturales de nuestro país. Esto no quiere decir que todo lo ejecutado
por el indigenismo haya caído en saco roto. Si tenemos en cuenta las
limitaciones de clase que poseen los movimientos reformistas y populistas de
este género, coincidiremos con Carlos Iván Degregori que sintetiza este humor
en las siguientes características:
• Su
pensamiento sobre el pasado, porque algunos de ellos pidieron su retorno al
Tawantinsuyo.
• Su
racismo, porque estuvo dirigido a defenestrar a los blanco e hispanos.
• Su
exotismo, porque algunos pequeño-burgueses se sirvieron para mercantilizar la
indumentaria autóctona (chullos, ponchos, mantos, etc.).
• Su
paternalismo, porque creyeron que
invocando a los gobernantes de turno como Leguía, podría obtenerse la compasión
de la clase dominante.
• Su
populismo, porque insufla en demasía el
papel del campesinado con olvido de la ideología proletaria.
Se registra entonces en el Perú hasta el instante en
que sale a la palestra José Carlos Mariátegui, el que al haber identificado
como Gonzáles Prada, el “problema del indio” como un problema nacional, según
José Aricó en una “forma particular y concreta” y al haber señalado el papel
del proletariado, de las masas rurales y de los intelectuales en la revolución
habría de entregar una de las más importantes contribuciones al país, y al
mundo.
Fallecido el Amauta, en las décadas del treinta y
cuarenta, brotan opacamente algunas tendencias neoindigenistas, hasta que en
1955, emerge el Movimiento Social Progresista, cuyo ideólogo más visible fue
Augusto Salazar Bondy, pero su pensamiento es también de cuño pequeño-burgués.
Salazar y todos los integrantes de ese movimiento conceptuaban que la prédica
marxista de contribuir a situar al proletariado en el poder, era dañino porque
limitaba los derechos de las otras clases sociales y atentaría contra todo
principio democrático y revolución auténtica. Y es que, si bien Salazar no
tiene por objetivo inmediato el amasamiento de fortunas, puesto que su cenáculo
está conformado por intelectuales de clara tendencia idealista-ética, sin embargo
en la confrontación “terratenientes-yanaconas”, “burguesía-proletariado” no
optan por una línea clara. Prefieren mantenerse neutrales, aunque no se oponen
a la revolución; algunos de ellos simpatizan con la gesta cubana de 1959 aunque
otros se quedan estupefactos. Pero Marx, en Miseria de la Filosofía ha aclarado
suficientemente que apelar al humanitarismo o a la filantropía, para reclamar
que el Perú redoble sus ingresos levantándose temprano y acortándose tarde, no
tiene como meta el socialismo, sino convertir a todos los hombres en burgueses.
He ahí el carácter pro-imperialista de las tendencias “humanistas”.
Termina esta tercera parte del texto, adjuntando
sucintamente el pensamiento de David Sobrevilla Alcázar, intelectual que vienen
dedicando sus esfuerzos a la estructuración de una completa Historia de las
Ideas en el Perú. La periodización de las épocas del pensamiento peruano y la
clasificación de los pensadores por cada época no difiere sustancialmente del
cuadro que nos ofrece Salazar Bondy o Miró Quesada. Está ausente el carácter de
clase del pensamiento de cada uno de nuestros intelectuales. Y esto porque
Sobrevilla no es un filósofo marxista. Es un estructuralista. Sin embargo, es
rescatable su opinión en torno a que la filosofía no puede servir sólo al país
en el cual nace. Concuerda en ese sentido con Guardia Mayorga, en la dimensión
ecuménica de la capacidad reflexiva.
Trabajo:
- Elaborar preguntas en base a la lectura. (Para el martes 21 de octubre)
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